El momento en el que reconocemos que necesitamos ayuda, sucede tras un aprendizaje duro y de largo recorrido. En mi caso, una mañana empecé a notar que cada vez me pesaba más el pie derecho y le dimos solución con un dispositivo antiequino. Parecía que funcionaba bien, ya que conseguí no arrastrar el pie, y me adapté. Pero llegó el día en que el antiequino no era suficiente, porque ya no sólo me pesaba el pie, la pierna también me pesaba, y necesitaba un apoyo. Esta vez la solución era un bastón, algo que también funcionaba, me sujetaba y me adapté. Pero llegaron las caídas, y tras varios sustos, tuve que replantearme que quizás el bastón y el antiequino no eran suficientes. Ya no jugaba al fútbol con mi hijo, se acabaron los saltos de cabeza en la piscina y lo peor de todo, saber que no volvería a bailar. En ese momento es cuando ya no me adapto y salto al vacío, como si caminase descalzo entre cristales. Es entonces cuando creo que nada ni nadie puede ayudarme, y sólo me quedan aquellos que me agarran de cuello y me sacan del pozo, mi familia y mis amigos. Salir de ahí, no fue fácil, y los cristales todavía me rozan. Ahora voy en una silla y he hecho una promesa: bailar. Y aquí estoy, preparando ese baile, adaptando mi cuerpo y mi mente a esa posibilidad. Quizás con ayuda pueda conseguirlo.